- Son pecadores¡ Hay que herirlos -- le adoctrinaba el sacerdote después de escuchar los civilizados sermones de fray Joaquín--. El miedo al pecado y al infierno tiene que asentarse en sus almas.
Y fray Pedro lo conseguía, !vaya si lo conseguía¡ Aquellas pobres almas abandonaban sus quehaceres durante más de dos semanas para acudir cada día a misa a escuchar sus prédicas. Y los de los pueblos de los alrededores recorrían leguas de distancia y entraban en el pueblo escogido ordenados en procesión y cantando el rosario tras sus respectivos párrocos.
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