Título: Legado en los huesos
Autora: Dolores Redondo
Editorial: Destino, 2013
Páginas: 560.
Resumen oficial.
El juicio contra el padrastro de la joven Johana Márquez está a punto de comenzar. A él asiste una embarazada Amaia Salazar, la inspectora de la Policía Foral que un año atrás había resuelto los crímenes del llamado basajaun, que sembraron de terror el valle del Baztán. Amaia también había reunido las pruebas inculpatorias contra Jasón Medina, que imitando el modus operandi del basajaun había asesinado, violado y mutilado a Johana, la adolescente hija de su mujer. De pronto, el juez anuncia que el juicio debe cancelarse: el acusado acaba de suicidarse en los baños del juzgado. Ante la expectación y el enfado que la noticia provoca entre los asistentes, Amaia es reclamada por la policía: el acusado ha dejado una nota suicida dirigida a la inspectora, una nota que contiene un escueto e inquietante mensaje: «Tarttalo».
Esa sola palabra que remite al personaje fabuloso del imaginario popular vasco destapará una trama terrorífica que envuelve a la inspectora hasta un trepidante final.
Impresión personal.
Parece que este año va de Trilogías y es que, como no me gusta empezar ninguna si no está ya totalmente completa, estoy terminado de leer la de Dolores Redondo y la de César Pérez Gellida, y aunque no es Trilogía, también tengo pendiente el tercer libro de Nieves Abarca y Vicente Garrido y ya son tres de tres en novela negra/misterio/policíaca o cómo gustéis llamarla.
Si ya disfruté con la primera entrega de la Trilogía del Baztán, El guardián invisible, no puedo decir que haya disfrutado menos con El legado en los huesos y eso que, en más de una ocasión, la protagonista principal me ha sacado un poco de quicio con su comportamiento o sus pensamientos, pero siempre dentro del margen de un personaje muy ajustado a la realidad a pesar de que su historia vital sea excepcional.
Varias cosas han llamado mi atención de esta nueva entrega y la mayoría de ellas coinciden con las que ya me gustaron en la primera entrega, aunque están tratadas, en muchos casos, de forma diferente o con mayor o menor profundidad. Desde luego, ya sabéis, que si algo me llama la atención en un libro es la ambientación y si esa ambientación se mezcla con una pizca de magia o mitología, mejor que mejor. Y si algo sabe plasmar perfectamente Dolores Redondo es esta mezcla de paisaje asalvajado, misterio y magia. Consigue transportarme a esos lugares llenos de seres legendarios, que te observan a través de la humedad de los bosques y que se esconden entre la bruma y la niebla, no se sabe si con buenas o malas intenciones. Si en el libro anterior, el ser mitológico era el basajaun, en éste se nos describe al Tarttalo, una bestia que se comía a los pastores y rebaños, pero también a mujeres y niños, una especie de ogro he imaginado yo al leer su descripción.
Tanto el ambiente como la trama, una gran trama por cierto, se adecuan perfectamente a la forma de escribir de la autora. Dolores es una gran embaucadora que sabe perfectamente utilizar un lenguaje sencillo y lleno de misterios y cosas no dichas más que entre líneas, para atarte a la historia y a sus personajes. Si a ello se le une que los capítulos del libro son moderadamente cortos, consigue formar un cóctel perfecto que te obliga a continuar leyendo hasta desentrañar los misterios, que no son pocos.
La trama de la novela consta de varios interrogantes que se interrelacionan. Yo creo que ésta es una de las cuestiones que más me gustan de estas novelas. De alguna manera, Thilliez con Sharko y Lucie también hace algo parecido en algunos de sus libros. Los policías que investigan, no son sólo policías sino que también su vida o sus acciones están relacionadas con el propio caso que llevan, lo cual es un aliciente más y diferenciado de la mayoría de novelas de este tipo. En este nuevo caso, tenemos, por un lado, el misterio sobre la vida personal de Amaia, mejor dicho, sobre un nuevo aspecto de su vida personal y, por otro lado, el caso policial investigado que al final está relacionado con ese aspecto de su vida que la autora nos quiere mostrar.
Aunque en el libro anterior parecía que la historia personal de Amaia había quedado resuelta y clara, en esta nueva entrega, se nos muestra que hay aún cuestiones importantes que no han sido desveladas y que se remontan al momento de su nacimiento. Estos hechos son los que se acaban relacionando con el caso, con lo cual nos encontramos con una Amaia que, a la vez que investiga su propia historia, también ha de investigar como todo se va relacionando con la profanación de una iglesia del Valle y una serie de suicidios de maltratadores de mujeres, que de algún modo, la implican directamente con los hechos.
Además, en El guardián invisible Amaia finalizaba la novela embarazada mientras que en esta ocasión acaba de terminar su embarazo, siendo madre de un niño, con lo cual la autora entrelaza sus sentimientos de nueva madre, con los malvados sentimientos (por fortuna, tan escasos) que tuvo su propia madre respecto de ella, en el momento de nacer y posteriormente, como ya se nos contó en la novela anterior. El tema de la maternidad y de lo que supone ésta, desde el punto de la mujer que trabaja fuera de casa, está bastante conseguido. Se nos habla claramente de la dificultad que existe para conciliar la vida familiar y laboral, y eso que Amaia, en este sentido, es una gran privilegiada porque su pareja James puede encargarse a la perfección de los cuidados del niño. En este asunto, me ha parecido un poco exagerada la postura y actitud de Amaia. Es cierto que aún gran parte de la sociedad "censura" a las mujeres que, por trabajar, no pueden estar con sus hijos todo lo que quisieran (o mejor dicho, lo que quisieran otros), pero el sentimiento de culpa de la protagonista me ha parecido excesivo, sobre todo, en lo que respecta a la lactancia materna. Es en este sentido y en su comportamiento respecto de James, en lo que no he conectado esta vez con la protagonista tanto como la vez anterior. Ese querer estar continuamente "en misa y repicando", ese pensar que tu como madre eres la perfección personificada en el cuidado del niño mientras el padre te parece torpe, en vez de diferente, me ha sacado a veces de quicio por las contradicciones a la hora de actuar después en el día a día. Ello no quiere decir que casos como el de Amaia no existan. Por desgracia, esa culpa la viven muchas más mujeres de lo que sería deseable y nuestra cultura precisamente no ayuda mucho a que eso cambie.
Esta situación personal de la protagonista en el ámbito de la trama general y de la ambientación acaba resultando adictiva y con un ritmo que va de menos a más hasta llegar a un final de la historia totalmente inesperado y redondo. Me ha resultado magistral la manera de hilar la investigación personal y la del caso policial y he pasado, en ocasiones, por una situación de verdadero nerviosismo, sobre todo, las partes en que entra en escena la madre de Amaia. Creo que hubiera preferido encontrarme en el bosque con el Tarttalo mejor que con esa mujer tan malvada.
En conclusión, una novela que he disfrutado a rabiar, que me ha hecho morderme las uñas en más de una ocasión y que me deja con la gran expectativa de empezar cuanto antes la siguiente y última de la Trilogía. Luego me dará pena que se me haya terminado y me quedará un gran vacío. No me cabe duda.